Como actuan y funcionan las clases de pensamientos
- Elizabeth Cer
- 18 nov 2020
- 3 Min. de lectura
El Cuerpo Etérico
La teoría especial de la relatividad lo hizo posible, al demostrar científicamente que todo es energía. Este descubrimiento asestó un golpe mortal a los conceptos e interpretaciones materialistas del universo. Nada existe en el universo manifestado – solar, planetario, o en los diferentes reinos de la naturaleza – que no posea una forma de energía, sutil e intangible, aunque sustancial. Actualmente se considera que todo ES energía; nuestro mundo es la manifestación de un océano de energías, algunas de las cuales construyen formas, mientras que otras constituyen el medio en el que estas formas viven, se mueven y tienen su ser. Todas las formas están compuestas de energías vivas, vibrando en mutua relación, teniendo sin embargo su propia cualidad y vida cualificada. Al mismo tiempo podemos ver que también existen formas dentro de otras formas. La habitación en la que estamos sentados existe dentro de una casa que es una de un grupo de casas dentro de una comunidad más grande de casas. Cada forma sucesiva es parte de un conjunto más grande.
Vivimos en un océano de energía, aunque no siempre seamos conscientes de ello. Nosotros mismos estamos compuestos de energías, y todas estas energías están interrelacionadas estrechamente y constituyen el cuerpo de energía sintético de nuestro planeta. A este cuerpo de energía le damos el nombre de "etérico". El cuerpo etérico o de energía de cada ser humano forma parte integrante del cuerpo etérico del planeta y por consiguiente del sistema solar. A través de este medio, cada ser humano está relacionado básicamente con todas las demás expresiones de la vida divina, grande o pequeña. En realidad, el cuerpo de energía de cada forma de la naturaleza forma parte integrante de la forma sustancial de la vida una del universo –
La autoconsciencia constituye una herramienta de vida esencial para lograr un mejor bienestar psicológico. Es tomar contacto con lo que somos, con lo que sentimos, con lo que nos rodea y con cada pensamiento que surge en nuestra mente. Este elemento es, además, un componente esencial de nuestra personalidad, sustenta el autoconcepto, lo dinamiza y además es clave en la regulación emocional.
Esta dimensión es casi como la piedra angular del equilibrio interno y del desarrollo personal. Para entender su trascendencia pensemos durante un momento en algo muy ilustrativo. ¿Qué sería de nosotros sin esa voz interna capaz de decirnos aquello de “no te precipites, estás perdiendo el control de la situación, párate y medita el siguiente paso”?
Bien es cierto que no siempre usamos mano de ella. La autoconsciencia es, efectivamente, ese yo interno que analiza cada cosa que hacemos, que conecta con sentimientos, necesidades, experiencias del ayer y anhelos futuros. Sin embargo, aunque esté ahí para nosotros no siempre nos acordamos de ella. La mayoría del tiempo actuamos en piloto automático y pasamos por alto el buen arte de la reflexión y la introspección.
Imagínate a ti frente al espejo. Lo que ves es lo que eres, es cierto. Ahí están tus rasgos físicos, tu cuerpo en su totalidad, tu sonrisa o tu tristeza y la ropa que has elegido ponerte hoy. Ahora bien, la autoconsciencia va más allá del aspecto físico, integra lo que eres, lo que piensas, lo que sientes y haces, el modo en que crees que te ven los demás, el sentido de tu intención y asunción de tus defectos y potenciales.
Tal y como podemos ver, es una competencia multidimensional, un calidoscopio de procesos que median en nuestro potencial humano. Asimismo, la teoría de la autoconciencia nos recuerda que las personas no somos nuestros pensamientos. En realidad, cada uno de nosotros somos la “entidad” que observa esos pensamientos y los valora (Duval & Wicklund, 1972). Somos los creadores y eso nos confiere un gran poder, la oportunidad al menos de dejar de actuar en piloto automático.
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